[3añitos], En dos ruedas y tacones, post de Esquina Tijuana

Uno de los blogs que más disfruto al leer es, sin duda, Esquina Tijuana. Su forma de contar historias, de emitir opiniones o simplemente de contar algo, cualquier algo, es estupenda. Por eso me siento muy contento de poder poner en este mi blog un texto de Esquina Tijuana:

En dos ruedas y tacones

Lo leí en twitter y pronto despertó mi interés. Era la 'Rodada de altura', un paseo ciclista exclusivo para mujeres, con la particularidad de que éstas debían ir en tacones. Busqué información en redes sociales para conocer los detalles del recorrido pero no tuve éxito, lo más que logré fue me confirmaran: "la salida es en la Diana Cazadora a las 10 de la mañana, sábado 3 de marzo. Lo organiza Ladies Ride". La noche anterior al paseo, aún con la incertidumbre del evento en Tijuana (la convocatoria fue para más de una decena de ciudades de México y América Latina), me hidraté y alimenté como cualquier viernes: cervezas, hamburguesa y pizza. Fue un viernes más de qué-me-importa y me dormí como a las dos de la mañana. Nada fresca desperté a eso de las 8:30, pidiéndole a mi bato echara aire a mi bici mientras yo me ataviaba para la ocasión: camisita rosa de tirantes, microshort, cachucha de amplia visera, medias a la rodilla y mis botines de 8 centímetros de tacón. Al llegar a la glorieta de la Diana Cazadora vi reunidas unas 30 mujeres con sus lindas bicicletas, así que me apuré a sumarme al conglomerado con mi bici que también es muy mona: rosa con lila.

Las ciclistas iban con vestidos floreados, tacones de plataforma, lentes oscuros, tocados florales en el pelo, labios rojos, sombreritos coquetos con ala de ruffle. Las bicicletas también tenían flores, listones, canastillas al frente o en la retaguardia, llantas de colores pasteles y (algunas) moñitos rosados, de esos que conmemoran la lucha contra el cáncer de mama. Nos tomamos unas fotos en la glorieta, bajo la escultura de la escultural Diana, y custodiadas por policías motorizados empezamos a pedalear.

Anduvimos todo el Paseo Centenario hasta su final y pronto me ubiqué en el grupo de 'las últimas'. Apenas estábamos por subir el puente que conduce al Paseo de los Héroes cuando escuchamos –al menos las que íbamos atrás– nuestra primera vociferación proveniente de un automovilista: una mujer se desgarró en gritar "¡vete a la verga, pinche vieja!" (elegante pues). Las que escuchamos nos volteamos a ver preguntándonos "¿qué le pasa?" y seguimos con optimismo por la avenida, rodeando la glorieta de Ignacio Zaragoza, la de Abraham Lincoln, la del Cuauhtémoc y la de las 'Tijeras' (el sincretismo fronterizo hace que Tijuana tenga los monumentos más impensables).

Si bien mi cuerpo no se sentía cansado, ya la sed me hacía parecer perro sacando la cabeza por la ventana de un carro. Empecé a lamentar el desvelo, sin duda, mas no detuve mi andar por no parecer una debilucha, digo, había mujeres con sobrepeso y otras de cabellos blancos mucho más veloces que yo, mi juventud y mis 48 kilos. Continuamos pedaleando hacia el Centro, por la Calle Tercera, luego dimos vuelta en la Madero para subir a la Revolución (la calle turística) por el andador México (muy usado por los que vienen del otro lado). Ahí los comentarios de los locatarios –puro dicharachero jalador– se pusieron un tanto lascivos: "uy, esa de rojo…", "qué bonitas se ven enseñando pierna", "si quieren las acompaño", "m'ija" y el clásico "holaaa" quedito y perverso. Yo no tenía demasiadas fuerzas como para responderles, así que dejé la indignación de lado y seguí guardando mi aliento para no claudicar en la hazaña de recorrer Tijuana en bicicleta.

Sobre la Revu la cosa se puso más folklórica: turistas japoneses sacaban sus megacamarones Canon-Nikon-Minolta con lente gran angular, videocámaras HD y todos los iPod-iPhone-BlackBerry último modelo para capturar nuestro paseo. Lo chistoso es que creo salí en todas las fotos a pesar de ser la menos deportista del grupo, porque al ver el contingente ciclista la gente empezaba a sacar sus dispositivos y para cuando hacían clic ya sólo quedábamos las últimas, que frente a la lente recobrábamos el estilo. Dimos una vuelta a la Calle Sexta y sobre la Constitución subimos nuevamente por la Calle Tercera, que concentra el mayor flujo de taxis, camiones y personas. Los transeúntes y comerciantes nos apuntaban con sus celulares; unos nos alentaron con aplausos y vitoreos, y otros de plano se pusieron muy infames, hombres particularmente. Hubo los que nos gritaron "¡gordas!", pero el que me resultó más grosero fue un señor que desde la otra acera se esforzó en clamar "¡váyanse a lavar los trastes!". El tipo caminaba con su mujer de la mano, ambos de cabello cano, ella con la vista al piso. Triste escena.

Llegamos al Parque Teniente Guerrero y yo de plano ya tenía la lengua de fuera. Las cámaras del noticiero local nos hicieron algunas tomas y al darle la vuelta al parque el reportero nos detuvo para dialogar con las organizadoras, las cuales llenas de vitalidad a sus cuarentaytantos todavía tenían pulmones para corear "¡Que sólo nos detengan los frenos de la bici!". A esas alturas las que íbamos siempre al final (básicamente tres entaconadas) habíamos hecho una alianza que consistía en esperar a la que se retrasara y compartir el agua.

Bajamos por la Calle Cuarta otra vez hacia la Revu, pedaleando hasta donde se acaba la avenida y se convierte en Bulevar Agua Caliente. Los clientes de algunos restoranes nos saludaron desde sus mesas, pese a que muchas ya habíamos perdido toda gracia: caras enrojecidas, sudores en las ropas, cabellos de estropajo, ojos desorbitados. O tal vez era sólo yo. Cerca de Las Torres me tragué un mosquito, y algunas compañeras empezaban a preguntarme "¿cómo andas?" (debí verme realmente mal). Animosa pero sin fuerzas respondía "bien, pero prefiero las bajaditas". Retornamos por el Monumento al Libro (frente al club campestre), seguimos sobre el Bulevar Salinas y doblamos en la Abelarlo L. Rodríguez, donde volvimos a dar una vuelta a la glorieta de Zaragoza para retomar el Paseo de los Héroes.

Al finalizar la Plaza Río, a las ciclistas que guiaban el recorrido se les ocurrió subir el puente Independencia, que para mi-casi-nula-energía equivalía a escalar el Everest… en bicicleta. Pedaleé apenas unos 50 metros cuando decidí tirar la toalla: me bajé de la bici, con las piernas haciéndoseme como un par de fideos, y empecé a caminar la pendiente en dirección al grupo, del cual no veía rastro alguno. A punto estaba de llamar a mi bato para que me recogiera en el puente (inspirada por el agotamiento y la vergüenza ante los que se me quedaban viendo), cuando de pronto un policía en su moto se puso a mi lado y comenzó a darme una charla motivacional: "ándele m'ija, súbase a la bici y métale los cambios, verá, deje la cadena de atrás como está, cámbiele de enfrente para que no se canse, ande, si esas bicis tienen como 21 cambios". ¡¿Qué?! Yo en mi bicicleta de montaña con seis estrellas para menguar el esfuerzo y a lo largo de esas tres horas bajo el sol del mediodía jamás se me ocurrió meterle los cambios. Con razón sentía que pedaleaba lo doble que las demás. Me subí, cambié la velocidad al siete y sentí que Vangelics tocaba sólo para mí el tema de 'Carros de fuego'. Sublime momento: con el poli dándome ánimos y –al bajar el puente, en la glorieta Hidalgo– mis dos comadres de recorrido esperándome para aventarnos juntas el tramo final, otra vez hasta las nalgotas de la Diana Cazadora. Enorme nuestra proeza (de ¡20 kilómetros!), de la cual espero algún día canten los trovadores. La experiencia seguro me hará pensarlo dos veces a la próxima convocatoria, mas no por haber sido la última en llegar ni por el cansancio ni los desfiguros ni las ofensas, nada de eso: por el tremendo dolor de cola que todavía me hace recordar cada grieta del pavimento.

Me pareció genial, tanto la crónica como el suceso. Si les latio la prosa de Esquina Tijuana, pueden leer más en su blog: http://esquinatijuana.blogspot.com/ y seguirla en Twiter: http://twitter.com/melinamao.

¡¡¡Gracias por tus palabras E. T.!!!

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