Pequeña semblanza de la etnohistoria*

Durante el brindis. Aquí es como en ¿Dónde está Wally? Foto: I. Carpio.
Hace poco más de cuatro años tomé una de las decisiones más importantes en mi vida: estudiar etnohistoria. Cuando se lo comenté a mi madre, por supuesto que le dio gusto saber que pretendía estudiar una carrera y ser un hombre de bien. Pero no pudo ocultar la duda, "¿qué es eso que vas a estudiar?", me dijo. Etnohistoria, mamá, etnohistoria.

Dicen los que saben, que la etnohistoria es una disciplina en la que confluyen la antropología y la historia, que echa mano de las teorías de una y otra ciencia para lograr una visión de conjunto más amplia. Yo digo que la etnohistoria es un estilo de vida. No nos es posible salir de la escuela a la calle y quitarnos el traje de etnohistoriador, de etnohistoriadora. Una vez que nos asumimos como tales, nunca dejamos de serlo.

Hay quienes opinan que nuestra formación es ociosa, que no sirve de nada formar etnohistoriadores. Que para eso están los antropólogos, los historiadores y hasta los sociólogos. Otros más llegaron a decirnos, no en pocas ocasiones, que la etnohistoria no existía. Y sin embargo, existe. Y la pertinencia y la necesidad de otorgarle un nicho dentro de las ciencias sociales es cada vez más evidente.

–Ah, tú eres de los que estudian inditos, ¿no?–, alguien me dijo alguna vez.
–Eh... no. Bueno, no necesariamente. Verás, con nosotros aplica lo que decía Marc Bloch: donde olemos carne humana, sabemos que está nuestra presa.
–Ah, pero, ¿no dicen que ustedes hacen la historia de los que no tienen historia?– me dijo otro alguien, en otra ocasión.
–Pues… puede ser que sí. Pero no nada más de la humanidad negada por la historia oficial, también podemos hacer etnohistoria de los que están en el poder, de quien sea, pues.
–Bueno, ¿entonces qué los hace especiales, diferentes de los demás científicos sociales?– se estarán preguntando ustedes.

Para empezar, nuestro enfoque holístico, es decir, que no nos basta con explicar las cosas nada más desde la perspectiva de la historia, ni nada más desde la óptica de la antropología. Procuramos, y es nuestro deber, dar explicaciones desde todos los puntos de vista posibles. Algunos incluso hacen uso de otras ciencias, como la geografía, la medicina forense, la economía, la politología, la psicología, las neurociencias, la arqueología, y un largo etcétera.

Y eso no solo es enriquecedor, también es divertido. Verán, como etnohistoriadores tenemos las herramientas para hacer trabajo de campo: entrevistas, etnografía; y también para hacer trabajo de escritorio, de archivo. Y precisamente en los métodos, en las herramientas teórico-prácticas radica la riqueza de nuestra licenciatura.

Por eso les decía hace un momento que no podemos quitarnos nunca el traje de etnohistoriador, de etnohistoriadora. Somos etnohistoriadores cuando vamos a un archivo a empolvarnos y pelearnos contra esporas y bacterias de hace quinientos años en nuestra búsqueda de información. Y también lo somos en las reuniones familiares, en nuestras relaciones laborales y de pareja. Cuando el tío o el abuelo se ponen a platicar de su juventud. Yo mismo cuando le expliqué a mi hijo, a sus cinco años, por qué debía lavarse bien las manos. Es más, ahorita mismo, estoy seguro de que más de uno está analizando esta ceremonia, este ritual de paso. Porque la etnohistoria está en todos lados.

Eso, más o menos, es la etnohistoria. Y ese es el estilo de vida que los aquí presentes hemos decidido llevar. Espero que quienes nos honren con su compañía no se desesperen con nosotros, porque algunas veces preferiremos comprar libros en lugar de ropa. O tendremos que encerrarnos en una biblioteca, en un archivo justo el día del cumpleaños de la tía Fulanita. O quizás tengamos que estar unos meses lejos, haciendo trabajo de campo. Pero pues, de esto se trata este estilo de vida, perdón, nuestra profesión.


* Leída durante la ceremonia de graduación de la generación 2010 de la Licenciatura en Etnohistoria, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el día 12 de junio de 2014 en el Auditorio Román Piña Chan de la ENAH.

Nota: Este es un trabajo colaborativo, agradezco a Sonia, Itzel, Alfonso, Valeria y Axel por sus comentarios y/o lecturas. Sin embargo, la responsabilidad de lo aquí escrito es mía.

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