Entre el acoso y la hombría.

Nota preliminar: 
Escribí esto porque leí esto otro
y porque me pareció prudente y necesario.

El acoso sexual es parte importante de la heteronormatividad patriarcal, del machismo, pues.

A los veinte años entré a trabajar a una empresa que fabrica tubos de cartón, desde lo que son para papel de baño hasta los que se usan para construir columnas para grandes obras civiles. Como yo era ayudante general, tenía que hacer lo que me indicaran. A veces me desempeñaba como mensajero, a veces como chalán de embarques.

Precisamente fungiendo ese rol me tocó ver, oír, presenciar el acoso sexual en primera fila. Los choferes de los camiones en los que entregábamos la mercancía, seguros de su hombría, solían gritar "piropos" a las transeúntes. Simplicidades desde "guapa" hasta elaborados versos híper guarros de los cuales, la neta, no me acuerdo. Era parte de su identidad. Lo es.

En cierta ocasión, volviendo de no-sé-dónde-chingados (en realidad no es importante saber de dónde), el chofer al que acompañaba vislumbró a la distancia un CETIS, o CECATI, o algo así. El caso es que era la hora de la salida del turno vespertino. Bajó la velocidad y, aprovechando que mi ventanilla estaba abajo, gritó una de sus guarradas favoritas. Obviamente eso ofendió a la morra. Sin embargo no hizo, ni dijo nada.

No me voy a poner como héroe, la neta es que solo miré al chofer y le pregunté

–¿Y así como que para qué?, digo, ¿te dio su teléfono?, ¿te pidió un aventón?
–Cha, no te pongas de fresa. Es nomás para cotorrearlas. Mírala, hasta le gustó.
–No mames, ya se siente soñada– obviamente no notó el sarcasmo.

Seguimos avanzando y nos acercamos a un grupo de unas tres morras.

–Puto si no les dices nada– me dijo.
–¿Nada de qué, wey?
–Ps, díles algo, wey, no seas puto.

Pasamos al lado de las morras y yo solo voltee hacia afuera del camión y de nuevo al frente.

–Ah, pinche puto maricón que eres, wey, la neta.

No le dije nada más. Digo, estaba morro y nunca había leído ni madres de feminismo, género y esas yerbas.

A la distancia, veo que el acto de acosar a una mujer en la calle refuerza la posición de macho dominante. Afirma la división sexual del cortejo y la supresión de la capacidad de agencia de las mujeres.

Ser acosador o ser puto, en ese dilema se educa a los varones en una sociedad, en un mundo en el que se cosifica a las mujeres y se les trata como seres desechables. Blanco o negro. Sin matices en los que puedan caber el respeto hacia el otro, hacia la otra. Esta simplicidad binaria hace creer a los varones que si no cosifican (como machines) serán cosificados (como putos).

Y no, la vida real no es así de llana y simplista. Hace falta, urgentemente, crear una consciencia colectiva que privilegie la equidad de género y el respeto, que fomente el trato digno y que visibilice el acoso, desde el más normalizado y asimilado como natural: como los piropos en la calle, entre godínez, o en el transporte público; hasta aquellos en los que se llega a la violencia física: nalgadas, besos forzados, violaciones, feminicidios.

Sí, puse al final del párrafo anterior la palabra "feminicidios". Porque, sin entrar en honduras, los motivos y razones del feminicida son los mismos que los del acosador: creer que las mujeres se pueden poseer y desechar, que son objetos para el placer masculino sin capacidad de decisión. Erradicando el primero, daremos un excelente paso para erradicar al segundo.

Aquella vez opté por ser un "pinche puto", y está bien, lo prefiero a andar de pinche violento acosador.

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